Decía la escritora Gemma Lienas, autora de los diarios de la adolescente Carlota, que en ocasiones se le ponen los pelos de punta cuando se acerca a algunos institutos a ofrecer una de sus amenas y magnéticas charlas sobre igualdad. Lo último que ha tenido que oír de labios de jovencitos chulescos, auténticos militantes de la guerra de sexos, incapaces de poner su pene en erección en situaciones de respeto mutuo y de igualdad, es lo siguiente: “Si usted es feminista yo puedo ser machista”.
A esta antológica frasecilla le han salido más adeptos en los últimos tiempos de lo que podemos imaginar. Un becario de esta redacción, aparente persona sensata, preguntó honestamente en una ocasión por qué todo lo relacionado con el feminismo era considerado positivo y todo lo relacionado con el machismo era negativo. Le mandamos directamente al diccionario de la Real Academia. Lienas tuvo más paciencia y le explicó a aquel chaval que, obviamente, machismo y feminismo no eran contrarios y que el primero buscaba la supremacía del hombre sobre la mujer y la relegaba a ella a la sumisión, y que el feminismo buscaba precisamente acabar con esa desigualdad.
Lo preocupante es que, ante ésta y otras de réplicas del estudiante –”yo no quiero que me adoctrinen”, “¿Quién la envía? ¿El Gobierno?”, le dijo a Lienas- el personal docente del instituto perdiera la oportunidad de corregir a su alumno y evitar así la confusión que podía había creado entre el resto de los presentes. Ante todo, mucha libertad de expresión… Pero, ¿es conveniente esa tolerancia frente a argumentos que atentan contra las libertades? No me imagino a un profesor o profesora de instituto en Alemania dejar sin respuesta un alegato antisemita de alguien del alumnado, pues se estaría expresando con mucha libertad pero atentando contra las leyes de las que nos hemos dotado para defender los valores democráticos.
El asunto del machismo y el feminismo, en cambio, siempre deja puertas entreabiertas. Una de las razones principales es que los propios docentes no han estudiado a fondo la cuestión y no tienen respuestas. Y a menudo no tienen, ni siquiera, preguntas. Vivimos tan inmersos en nuestro pequeño mundo de hombres y mujeres, de cosas de niñas y cosas de niños, que la sola idea de analizarnos nos sumerge en una profunda confusión. Qué pereza, por favor, tener que activar ahora la inteligencia de esos chulines empecinados en seguir siéndolo.
A este paso, no nos extrañe que uno de estos días se declare la jornada internacional del machismo. Misóginos de referencia saldrán a la calle a protestar contra la presencia cada vez mayor de mujeres en los consejos de administración de las grandes empresas, preocupados porque sus eternas rivales, las malas madres de sus adorables hijos, las pérfidas que un día les sedujeron para después declararse emocionalmente independientes, pueden llegar a ser el 50%.
O eso o anticiparnos y declararlo ya, desde este momento, igual que declaramos el día del Sida, el de la esclerosis múltiple o el cáncer, enfermedades contra las que no podemos olvidarnos de luchar.
Publicat a La Vanguardia , el 8 de març de 2009