IRGINIA LÓPEZ
LISBOA
Augusta Santos es profesora. Cada mañana recorre 10 kilómetros de carreteras secundarias para llegar a la escuela de Pataias, en Mélvoa, distrito de Leiria (litoral central de Portugal). Cuenta con 14 alumnos de primero, segundo, tercero y cuarto curso de Educación Básica. “No es fácil organizar el tiempo porque en el mismo día y en la misma aula tengo que enseñar a niños de edades diferentes”, comenta sonriendo.
La razón por la que están todos juntos es porque en Pataias no hay alumnos suficientes. Es el primer año de Augusta en la escuela y no sabe si el próximo continuará. Existe la posibilidad de que los alumnos sean trasladados a una escuela mayor, con alumnos de otros municipios. “Cerrar escuelas que tienen pocos alumnos le quita vida a los pueblos pequeños, pero es muy probable que acabe sucediendo; entonces, no sé dónde iré”, afirma Augusta, que ejerce la profesión desde hace 16 años. Ahora tiene 41 y sigue un curso de Educación Especial.
Muebles de la era Salazar
Cuando este año le asignaron la escuela de Pataias, a Augusta se le cayó el alma a los pies. “Las paredes estaban pintadas de marrón oscuro y los muebles parecían de la época de Salazar. Casi no había material y la escuela estaba que daba pena”, explica. Pero ella no se desanimó. Reunió a los padres de los que iban a ser sus alumnos y les pidió su contribución personal y económica para mejorar el centro. Entre la ayuda de los padres y la que le dieron algunas empresas de la zona, Augusta consiguió tapizar los muebles y pintar las paredes de colores. “Antes la clase parecía sucia, ahora está mucho más alegre y nos apetece más venir a estudiar”, dice Juliana, alumna de cuarto.
Por las noches, después de la cena y de acostar a sus dos hijos pequeños –Alfonso, de 8 años y Tiago, de 3–, a Augusta aún le quedan fuerzas para preparar la clase del día siguiente. “Lo organizo todo antes y luego voy trabajando con los niños de forma simultánea”, dice.
Gusto por la lectura
Se ha propuesto crear el gusto por la lectura, potenciar la lógica y enseñar a los niños a ser responsables. Por eso, cada día nombra a un encargado de comprobar si se consiguen los objetivos diarios. “Cuando los cumplimos ponemos un punto verde y cuando no, un punto rojo. Es una forma de que ellos vean si han trabajado o no y de que se responsabilicen de su comportamiento en clase”, explica. Parece que la técnica le funciona.
Además, en una de las paredes cada semana colocan un panel llamado Diario de Clase, en el que los alumnos escriben sus sugerencias. Esta semana, uno de los niños ha propuesto aprender inglés, mientras otro ha sugerido plantar flores en el jardín. Casi todos coinciden en expresar su cariño por Augusta.
En Portugal hay 70.000 profesores afiliados a los sindicatos. Durante la última convocatoria de dos días de huelga, Augusta avisó a sus alumnos. “El Gobierno está quitando derechos que adquirimos tras la dictadura”, protesta.
Ascensos arbitrarios
En estos momentos está pendiente la reforma del Estatuto de la Carrera de Docente, por la que los profesores dejarán de ascender automáticamente y pasarán a hacerlo a través de un sistema de cuotas. “El nuevo sistema lo único que hace es desincentivar a los profesores”, opina Augusta, que ha visto congelado su ascenso desde el año pasado.
El actual Ejecutivo considera que el número de funcionarios públicos que hay en el país es insostenible y los profesores son uno de los sectores que sufrirán los recortes el próximo año. “Creo que el Gobierno está equivocado y lo único que va a conseguir con la reforma es empeorar el sistema educativo”, dice.
Augusta es un ejemplo de que hay profesores con ganas de enseñar, aunque la educación sigue siendo uno de los puntos débiles de Portugal. El Gobierno intenta encontrar una forma de evaluar el trabajo de los profesores, eliminando el ascenso por antigüedad. “Actualmente somos evaluados cada tres años. A partir de ahora, aunque seamos buenos, solo podremos ascender en la carrera en función de porcentajes”, denuncia Augusta. Esto significa que si en su zona hay 10 profesores y solo el 20% puede ascender, apenas dos podrán lograrlo, por mucho que se esfuercen los otros ocho.
La sonrisa con la que se despiden de Augusta sus 14 alumnos cuando se termina la clase no le aumenta el sueldo, pero al menos es “un incentivo” para volver al día siguiente con las mismas ganas de enseñar.