P.- Usted en algunos de sus artículos denunció el silencio social ante los casos continuos de violencia contra las mujeres, incluso de las propias feministas. ¿Cree que ha habido una cierta reversión en esto con las concentraciones por cada muerta o la marcha del 7N?
Es cierto que en una publicación de hace un par de años hice algunos comentarios sobre lo que me parecía un silencio social ante los continuos atentados a los derechos humanos y libertades de las mujeres. Las formas de violencia contra las mujeres practicadas por la pareja o la expareja van en aumento hasta tal punto que, en algunos países, el número de víctimas se ha incrementado drásticamente y las consecuencias que sufren las mujeres tienden a ser mucho más graves, llegando incluso a la muerte; según datos estadísticos recientes del Parlamento Europeo, el número de homicidios de mujeres representa una proporción cada vez mayor del total (Informe del Parlamento Europeo, 31 de enero del 2014).
Pues bien, me parecía que los poderes públicos no reaccionaban lo suficientemente frente al número de mujeres asesinadas cada año en nuestro país (un promedio de 65 mujeres de todas condiciones y edades). Tampoco las mujeres no estábamos reaccionando todo lo necesario ante la brutal masacre que el patriarcado está realizando. Por supuesto esta percepción ha quedado desmentida por el compromiso de los medios de comunicación, por las múltiples concentraciones y actividades de toda índole lideradas desde las diversas plataformas (institucionales o no) y asociaciones que, como la vuestra -Dones en Xarxa- están trabajando con ahínco. Por ejemplo, la Plataforma Unitària contra les violències de gènere abarca más de 80 entidades de Catalunya y en su lucha contra la violencia machista organiza charlas informativas, cursos de formación, comunicados de prensa, homenajes a las mujeres asesinadas…
La marcha del 7N fue un hito importante. En aquel escenario reivindicativo de mujeres y hombres, las emociones estaban a flor de piel. Habían muchos hombres (relativamente, claro está) y creo que ello es un signo muy esperanzador. Pero también creo que van a ser necesarias muchas más movilizaciones de esta envergadura. Veremos si los poderes públicos reaccionan frente a estas reivindicaciones. Para erradicar la violencia contra la mujer se requiere una combinación de acciones infraestructurales, jurídicas, judiciales, policiales, culturales, educativas, sociales, sanitarias y de otros servicios relacionados (redes de apoyo a las víctimas por parte de la diversidad de organizaciones de la sociedad civil). Todo ello contribuiría a sensibilizar a la población y acabar de una vez por todas con esta violencia y sus consecuencias. Si bien extinguirla a corto plazo es una quimera, no lo es reducirla y someterla al control policial y de los diversos actores profesionales y sociales. Pero para ello hacen falta recursos y comprender que remediar la violencia de género es una prioridad social. La educación es un puntal importante pero resolverá el problema a largo plazo. Mientras, tenemos a miles de mujeres que sufren maltrato bajo el libre albedrio de unos verdugos que creen que sus parejas féminas les pertenecen. Muchas de ellas, como vamos constatando año tras año, son asesinadas por estos salvajes.
P.- Ma. Àngels usted es psicóloga, y ha enfocado este libro desde la perspectiva de la psicología positiva, que tipos de repuestas van a encontrar en su libro de ¿cómo ayudar a las mujeres afectadas por la violencia doméstica?
La psicología positiva, primero desarrollada por el célebre científico Seligman y sus colaboradores, se define como el estudio científico de las experiencias positivas, de los rasgos individuales positivos, de las instituciones que facilitan su desarrollo y de los programas que ayudan a mejorar la calidad de vida de las personas y previenen o reducen la incidencia de la psicopatología. En este libro me he posicionado en el ámbito de la psicología positiva y en la urdimbre de la resiliencia y el crecimiento postraumático.
La resiliencia y el crecimiento postraumático son conceptos fundamentales de la psicología positiva. La perspectiva de la resiliencia y el crecimiento personal se basa en una nueva concepción del ser humano que pasa de estar desvalido por circunstancias externas a considerarse capaz de enfrentarse y superar las adversidades tomando las riendas de su propia vida. El estudio del problema de la violencia doméstica desde la perspectiva de la resiliencia significa una alternativa que posibilita un nuevo enfoque de intervención, ya que implica una atención centrada en las potencialidades internas y externas de las mujeres que sufren de maltrato y las considera capaces de resurgir de la situación traumática, aprovechando los recursos personales, sociales y familiares, lo cual les permite dar un giro a sus vidas, reconstruyendo de una manera diferente su realidad. En este sentido, el libro se centra en la situación de las mujeres que pese a haber enfrentado violencia de sus parejas logran romper con la perversidad del maltrato denunciando al agresor, abandonándolo y acudiendo a los servicios de atención social para que les den cobijo y las ayuden a enfrentar la agresión e impedir que las siga afectando a ellas y a sus familias.
Es evidente que una mujer maltratada, vilipendiada y aterrorizada por su pareja sentimental está bajo los efectos de un shock emocional. Unas mujeres se recuperarán al cabo de un tiempo de haber dejado la relación y otras, la gran mayoría, necesitarán atención terapéutica por presentar síntomas del Trastorno de estrés postraumático (TEP), incluso al cabo de mucho tiempo después de haber pasado por las situaciones de violencia. Se estima que entre el 60% y el 80% presentan el síndrome del TEP. Ejemplos de algunos de los síntomas del TEP son palpitaciones, sudor frío (por ejemplo, al ver violencia en la televisión), despertarse en un estado de pánico (por ejemplo, porque está soñando que su maltratador la persigue), limpieza obsesiva para evitar pensar en el maltrato, no contestar el teléfono porque piensa que podría ser el maltratador, no obtener ningún placer en las actividades lúdicas que realizaba antes del maltrato, no volver a confiar en nadie, no ser capaz de caminar por la calle sin mirar alrededor y estar obsesionada pensando en que se encontrará con el maltratador, no poder conciliar el sueño más de cuatro o cinco horas, no conseguir un sueño reparador, intentar leer y quedarse atrapada en la misma página durante veinte minutos, gritar a los niños por cosas de poca importancia… la más absoluta falta de autoestima, la vergüenza y los sentimientos irracionales de culpabilidad es lo que configura sus psiques. Quiero dejar muy claro que el TEP es una reacción normal a una tensión extrema; los traumas producen el mismo tipo de síntomas o reacciones a todo el mundo. Es importante explicar a estas mujeres que si están teniendo estos síntomas y emociones y pensamientos destructivos es por lo que les está sucediendo, no por nada más.
En lo que respecta a la academia, hay escasez de investigaciones que, teniendo como anclaje metodológico la perspectiva de la psicología positiva, demuestren la efectividad de los programas de atención a las víctimas de la violencia doméstica. El ejercicio investigativo internacional ha adelantado diferentes estudios sobre los temas de la violencia doméstica y sus consecuencias; entre estos estudios se encuentran pocos pero valiosos aportes en terapia grupal cognitiva-conductual. Estos aportes contribuyeron en las mujeres maltratadas con cambios positivos a nivel de la percepción de culpa, en las distorsiones cognitivas, la autoestima y la confianza, y hubo reducciones significativas en los síntomas del TEP (las siglas que he utilizado a lo largo del presente volumen para denominar el trastorno de estrés postraumático), sobre todo en los que se refiere a re-experimentación del trauma, conductas de evitación e hipervigilancia. Coincido con diversos autores cuando señalan que el tratamiento para sobrevivientes de violencia en este colectivo debe de hacerse con apoyo de un equipo interdisciplinar. La necesidad de un trabajo desde diferentes ángulos coordinados se hace aun más evidente cuando estas mujeres son diagnosticadas con el TEP.
P.- ¿Las instituciones están dando la ayuda necesaria a las mujeres que han sufrido violencia de género como contemplan la ley integral contra la violencia de género o la ley catalana contra violencia machista? ¿Cuáles son los aspectos o ámbitos que más debería reforzar para ayudar efectivamente a las mujeres?
Las voces expertas nos dicen que son leyes muy bien elaboradas y de las más progresistas de Europa. No soy jurista, aun así me permito exponer lo que a mi parecer es un fallo de las leyes en general: que en ellas no se contemplen maneras de penalizar a los poderes públicos por su incumplimiento. No otorgar suficientes recursos es, desde mi punto de vista, una transgresión a la ley. Por tanto, el problema no está en las leyes en sí mismas sino en que no se pueden desarrollar ya que los poderes públicos incumplen la ley no dando el suficiente dinero. También creo que estas leyes – la ley integral y la catalana- no se aplican con la dureza que sería necesaria. Me parece que muchas mujeres no denuncian o bien retiran la denuncia porqué la ley no las protege lo suficiente. ¿Qué sucede con las mujeres maltratadas que perseveran en una vida en común con el maltratador y sin jamás haber denunciado las barbaridades que sufren? Me parece que estas mujeres se enfrentan a dificultades emocionales de gran envergadura que las impiden dirigirse a la jefatura de Policía y denunciar a su marido o a su pareja. El estrés, las creencias morales, la vergüenza terrible y la irracional culpabilidad que sienten son frenos muy poderosos; tan poderosos que, a muchas de ellas, les cuesta la vida. Esto por un lado. Por el otro, ¿cómo denunciar a la pareja que las maltrata y luego volver a casa? La mayoría no tiene donde cobijarse y además… ¿con qué dinero?
Por desgracia, estas muertes son solamente la parte visible de mucha de la violencia doméstica que desconocemos. ¿Cómo se pueden prevenir estos asesinatos? ¿Cómo se puede hacer para que las mujeres que viven este infierno y no lo denuncian por miedo, culpa, vergüenza, por depresión, no pierdan su derecho a la vida? Sin duda alguna, la colaboración entre la policía, los servicios sociales y de la salud para detectar donde se perpetran maltratos es hoy en día una realidad demostrable. Sin embargo, creo que es urgente poner en marcha mecanismos legales para que estos activos puedan actuar directamente y con impunidad. Es decir, con el respaldo de la ley. Urgen planes estratégicos para que los profesionales sociales puedan acercarse a estas mujeres y convencerlas de que no se merecen el maltrato por el que están pasando. Aunque parezca paradójico muchas investigaciones nos demuestran que están dispuestas a hablar de lo que les está ocurriendo, más dispuestas de lo que aparentemente suele parecer. Esperan que alguna figura con autoridad moral y efectiva se les dirija. Hace falta acercarse a ellas con tacto profesional para que se abran y expliquen las circunstancias atroces por las que están pasando. Son mujeres vapuleadas, des-programadas. Están aterrorizadas. Están sujetas al malsano y perverso maltrato del control psicológico. Estas leyes deberían pues arbitrar normas que permitan actuar en la inmediatez. Facilitar al máximo que las mujeres pueden denunciar. Cobijo digno inmediato con sus hijos (si los tiene), por de pronto. Y acompañadas por agentes policiales hasta su completa seguridad. También deberían arbitrarse normas que penalicen al agresor no con un alejamiento y ya está sino con la cárcel, con el embargamiento de sus bienes bancarios (que deberían utilizarse para mantener a su esposa e hijos), con denuncias públicas… quizás así algunos se lo pensarían antes. Creo que la ley debería ser mucho más contundente.
P.- ¿Cómo debe abordarse la salud física y mental en las mujeres cuando han sufrido violencia de género?
Los estudios muestran que el pasar del tiempo no alivia los síntomas en la mayoría de las sobrevivientes de traumas por abuso y maltrato doméstico; se requieren con urgencia protección física y tratamientos psicológicos que contribuyan a su mejoría. En las violaciones y abusos sexuales, en la violencia doméstica, cuanto menor sea el tiempo transcurrido entre el evento y el inicio de la terapia, mejores serán los resultados de los tratamientos en síntomas como la depresión, la rabia, la disociación y el aislamiento; por el contrario, las personas que pasan mayor tiempo sin ser intervenidas presentan una sintomatología mayor. Por no hablar de los niños y niñas que han sido testigo de la violencia perpetrada a sus madres o que ellos mismos la han padecido directamente. De estos niños y niñas hay que ocuparse; asistirlos mediante el tratamiento psicológico y social debido al riesgo de verse afectados igual que sus madres por problemas emocionales y relacionales (ver el último Informe CEDAW sobre la situación en España desde el 2008 al 2014). En nuestro país se ofrecen, dentro de las políticas públicas, servicios especializados para este tipo de víctimas, pero son insuficientes. Ello no significa que no sean de confianza en relación a sus posturas éticas y actitudes humanizadas, como la escucha, el respeto y la solidaridad para comprender las solicitudes y expectativas de estas mujeres y sus hijos. Además, no nos parece que haya falta de experticia o susceptible de ser adquirida en personas dispuestas y preparadas para transformarse en profesionales que intervienen en los casos de maltrato machista. Pero el Gobierno actual de España no destina suficientes recursos para su contratación y además ha reducido las partidas destinadas a la formación de los profesionales que están trabajando en este ámbito. Sin embargo, hacen falta más recursos humanos para poder atender a estas mujeres y a sus hijos adecuadamente y poder poner en práctica los programas de intervención más eficaces.
En suma, las víctimas de violencia machista, las mujeres y los niños que sufren violencia, requieren de más centros de acogida específicos donde, contando con la suficiente financiación, se les ofrezcan servicios adecuados de cuidado sanitario, asistencia jurídica y asesoramiento y terapia psicológica para tratar sus a menudo profundas secuelas postraumáticas. Sin contar que, además, la violencia machista puede dañar la salud reproductiva y sexual de las mujeres y las niñas. +
P.- Usted propone que estas mujeres se empoderen, tomen las riendas de sus vidas y sean sus propias defensoras. ¿Realmente es posible un cambio tan profundo en una persona, de la dependencia emocional y personal que sufren las mujeres víctimas de violencia, fruto del ciclo de violencia, empoderarse y ser ellas mismas defensoras? ¿Tenemos ejemplos previos?
¿Cómo podemos hacer que estas mujeres se recuperen después de haber sufrido una situación tan compleja y estresante, adaptándose de manera positiva y creativa a la adversidad, superándola y que se sientan fortalecidas y transformadas para mejor?
En el libro ofrezco amplias y detalladas recomendaciones para capacitar a las mujeres maltratadas. Estar capacitados significa ser capaces de controlar nuestros pensamientos (y, por ende, nuestras emociones) y tener confianza en nuestra capacidad para manejar situaciones difíciles y potencialmente estresantes.
Así pues, basándome en la terapia cognitivo-conductual, explico que pasos se pueden realizar para que estas mujeres tengan confianza en ellas mismas, que se empoderen, que se den cuenta de que tienen la capacidad de superar los obstáculos, de realizar tareas difíciles y hacer cambios significativos en su vida. Que adquieran y desarrollen resiliencia y «crezcan» personalmente después de la adversidad traumática por la que han pasado.
Después de acogerlas, ayudar a las mujeres que han sufrido violencia machista significa primeramente desculpabilizarlas del maltrato violento y de las vejaciones físicas, psicológicas y sexuales sufridas. Es importante ayudarlas para que comprendan, por mucho tiempo que ello requiera, que no son culpables de la violencia que han sufrido y que no se merecen las secuelas que sufren; no importa lo que hicieran o no hicieran; no importa porque el agresor es el único responsable. Sin embargo, analizando las primeras y principales actuaciones que se emprenden para hacer frente al problema de la violencia doméstica, apreciamos que a menudo se actúa con cierta inercia histórica y cultural. Muchos de los consejos que suelen darse a las mujeres para que se protejan de posibles agresiones masculinas comparten una visión estereotipada y tradicional de las mujeres y limita la libertad de las víctimas en lugar de limitar la de sus agresores: por ejemplo, se les dice a las mujeres que no salgan solas, que abandonen el domicilio conyugal en el caso de violencia doméstica, que eviten ciertos lugares y a ciertas horas, que abandonen el trabajo si están siendo acosadas sexualmente, etc.
En las ocasiones en que la mujer maltratada es muy resistente (hardiness) y tiene una fuerte red de apoyo a su disposición, puede recuperarse más fácilmente. Pero, por desgracia, esa no es la situación de la mayoría de las mujeres maltratadas las cuales se recuperan más lentamente y únicamente si asisten a terapia individual o de grupo. Se trata de dirigirlas para que ellas consigan un cambio en sus vidas. Ayudarlas para que aprendan a substituir sus emociones y pensamientos angustiantes por otras positivas que las vigoricen para salir del hoyo en el que se encuentran. De todos modos, el primer paso cuando una mujer sale de una situación de maltrato es garantizar su seguridad. Esto es muy importante. Hemos de tener en cuenta que el acoso (a menudo altamente peligroso) al que el agresor somete a la víctima tras el abandono de la relación es sufrido, incluso, por mujeres que tienen una orden de protección.
También en el libro explico la importancia que tiene el hecho de que estas mujeres hablen sobre lo que les está sucediendo. Es esencial para poder ayudarlas en su proceso resiliente y en la adquisición de emociones positivas con las cuales, ya en su mochila, mejorarán las relaciones humanas, su autoestima y dignidad. Explico el importante papel que pueden desempeñar aquí las redes de apoyo para las mujeres maltratadas. Un aspecto fundamental es que adquieran asertividad y aprendan a identificar un trato irrespetuoso o agresivo en otras personas. Se trata de que aprendan a comportarse con firmeza y no tolerar la falta de respeto de nadie. Que aprendan a hacer prevalecer y satisfacer sus deseos y necesidades. A gestionar de forma eficaz las interacciones estresantes y no deseadas con sus exparejas. Además, es mi objetivo que estas mujeres aprendan a detectar las conductas que indican que un pretendiente (posterior a la separación con su expareja maltratadora) es un potencial maltratador cuando, sin embargo, parece buena persona (¡a veces demasiado bueno para ser cierto!).
Es común en las mujeres que sufren violencia doméstica anteponer los deseos y peticiones de otras personas; pasan la mayor parte de su tiempo atendiendo a otras personas y colocando las necesidades de los demás por encima de las propias. Cuando defienden sus derechos, muy a menudo se sienten culpables y egoístas. También se sienten intimidadas y con miedo de entrar en conflictos interpersonales. Una de las razones de sus inhibiciones es que las discusiones, los desacuerdos, las llevan a recuerdos que intentan evitar, puesto que las desestabilizan emocionalmente aún más de lo que ya lo están. Tener miedo a enfrentarse a dichos recuerdos y evitarlos es uno de los síntomas distintivos del TEP. Sin embargo, como explico en el libro, la exposición a recuerdos del trauma es un peaje necesario para el proceso resiliente de las mujeres maltratadas. Estas evitan casi siempre cualquier cosa que les recuerda la relación con el maltratador. Pero, con el fin de recuperarse totalmente del TEP, es necesario dejar de evitar recuerdos de su maltratador y de los abusos. Aunque ellas no quieran pensar sobre lo que pasó, enfrentarse y reelaborar los recuerdos de los malos tratos en el pasado es esencial para dejar de tener la carga emocional de estos recuerdos. La idea de exponerse deliberadamente a los recuerdos del trauma puede parecer difícil, si no intimidante, pero es un reto que pueden alcanzar con el apoyo de un terapeuta. Así pues, se trata de que estas mujeres aprendan que evitar recuerdos de su trauma solo les proporciona alivio temporal y que las conductas que les proporcionan alivio no les reportan nada positivo a sus intereses, sino todo lo contrario.
Abordo el enfado y la rabia que sienten la mayoría de estas mujeres maltratadas; la ira es una reacción común en las mujeres que han sufrido violencia machista y, sobre todo, en las que presentan síntomas del TEP. Hablo sobre las diversas razones por las cuales la rabia que sienten si bien a corto plazo es una emoción necesaria para afrontar el trauma del maltrato es perjudicial a largo plazo y que lo que les permitirá dejar de sentirla implica una decisión consciente y de elección. Les doy herramientas para controlar sus pensamientos negativos que, además, interfieren con la capacidad para pensar con claridad. Así que desarrollo maneras para que puedan controlar cómo se sienten, lo cual se refleja en el modo en que se hablan a ellas mismas; me refiero al desfile continuo de pensamientos negativos en sus mentes. Subrayo que, si no somos conscientes de nuestro diálogo interno negativo o de la manera en que nos perjudica y nos hunde, esto significa que hemos perdido el rumbo y, por tanto, no controlamos nuestro bienestar.
También pongo el foco en la culpabilidad que sienten estas mujeres sobre que ellas son las responsables de lo que les ha ocurrido. Muchas de estas mujeres se sienten culpables porque creen que ellas han perjudicado a sus hijos. Identifico y doy pautas para ayudar a corregir muchos errores de pensamiento que las han llevado a experimentar culpabilidad. También pautas para que consigan criticar el tipo de creencias que a muchas las llevan a permanecer con sus maltratadores y doy herramientas para que se enfrenten a sus exparejas si estas las persiguen o si tienen que comunicarse con ellos por cuestiones relativas a los hijos.
La relajación, la visualización guiada, la inundación, los juegos de rol, la desensibilización sistemática son técnicas cognitivo-conductuales para empoderar a estas mujeres. El control del pensamiento y la reestructuración cognitiva son muy útiles en el manejo de los recuerdos intrusivos relacionados con aspectos del trauma. Y algunos de los fármacos psicotrópicos más recientes pueden, en ocasiones, ayudar a la víctima a afrontar respuestas traumáticas límite, como pueden ser la ansiedad severa, el pánico, la depresión grave o las ilusiones y alucinaciones provocadas por el trauma.
Todo lo expuesto hasta aquí puede parecer un reto de enormes proporciones. Nada más lejos. Se trata simplemente de ir afianzando pasos en el proceso resiliente, con el tiempo que cada mujer maltratada requiera. Se trata de ayudarlas para que encuentren la motivación necesaria y dirijan el punto de mira hacia la recuperación de su autoestima y adquisición de empoderamiento. Y, para que sean capaces de caminar por la calle sin miedo, sepan qué hacer si se encuentran con sus exparejas maltratadoras, que puedan dormir bien por la noche y se dediquen a disfrutar de las actividades que solían hacer y de la vida. Sin duda, este proceso requiere determinación y perseverancia. Con la orientación educativa que propongo conseguirán superarlo. El camino que siguen las mujeres para salir de la violencia empieza con la decisión de apropiarse de sus vidas.
Los principios más relevantes son: 1) aumentar la seguridad de las mujeres maltratadas, ya que no se puede olvidar el peligro físico en el que viven inmersas; 2) reducir y/o eliminar sus síntomas; 3) aumentar su autoestima y seguridad en ellas mismas; 4) aprender y/o mejorar los estilos de afrontamiento, de solución de problemas y de toma de decisiones; 5) fomentar habilidades sociales adecuadas y 6) modificar las creencias tradicionales acerca de los roles de género y las actitudes sexistas.
La seguridad de la mujer, su empoderamiento, la validación de sus experiencias, el énfasis en sus puntos fuertes, la educación, la diversificación de sus alternativas, el restaurar la claridad en sus juicios, la comprensión de la opresión por razón de género y que la mujer tome sus propias decisiones son todo objetivos que propongo y desarrollo.
El primer principio de la recuperación de las mujeres maltratadas es pues su propio empoderamiento. El empoderamiento implica potenciar capacidades básicas como la confianza, la autonomía, la iniciativa, la competencia, la identidad y la intimidad. Devolverles el poder, reducir su aislamiento, disminuir su indefensión aumentado la gama de opciones… son todos objetivos del terapeuta para con las víctimas de violencia. Y es así cómo estas pueden restaurar su autonomía entendida como un sentimiento de separación, de flexibilidad y de la capacidad suficiente para definir libremente un interés propio y, a partir de aquí, realizar decisiones significativas en la vida.
Todos son aspectos que desarrollo en el presente libro. Sin embargo, ellas deben ser las autoras y árbitros de su propia recuperación. Los otros pueden ofrecer asesoramiento, apoyo, asistencia, afecto y cuidado, pero no curar. Muchos intentos benevolentes y bien intencionados de ayudar a las mujeres maltratadas no contemplan este principio fundamental de la emancipación. Sin embargo, ninguna intervención que les quita poder a estas mujeres sobrevivientes puede favorecer su recuperación, sin importar cuánto parece estar en su mejor interés inmediato. En palabras de una sobreviviente de incesto, «los buenos terapeutas fueron aquellos que realmente validaron mi experiencia y me ayudaron para que yo controlara mi conducta en lugar de controlarme a mí». Los cuidadores que han sido educados en un modelo de tratamiento médico a menudo tienen dificultades para entender este principio fundamental y ponerlo en práctica. Solamente en circunstancias excepcionales, en que las sobrevivientes han abdicado de la responsabilidad total de su propio autocuidado o amenazan con daño inmediato a sí mismas o a los demás, se requiere una intervención rápida con o sin su consentimiento. Pero, incluso entonces, no hay necesidad de acción unilateral; estas mujeres maltratadas deberían ser consultadas sobre sus deseos y ayudarlas en aquellos que sean compatibles con la preservación de su seguridad.
Insisto una vez más: los objetivos terapéuticos con mujeres maltratadas son la restauración de su autonomía y el empoderamiento. Su experiencia debe ser validada y sus puntos fuertes reconocidos y estimulados. El empoderamiento sería la convergencia del mutuo apoyo con autonomía de la persona. Desde esta perspectiva la misma mujer que en la medicina tradicional o clínica de salud mental nos parecería una paciente impotente y «deteriorada», puede verse y actuar como una «sobreviviente» en un piso de acogida donde su experiencia será validada y sus puntos fuertes reconocidos y estimulados.