En las campañas electorales la ciudadanía de a pie escuchamos con cierta cautela las promesas políticas.
Muchas suenan a canto de sirenas, forma parte del paisaje electoral. Lo que ya no es habitual es que estas promesas sean ofensivas. Este es el caso del carné por puntos para inmigrantes que hablen catalán.
Soy inmigrante hace diez años, tengo trabajo, pago mis impuestos y hablo catalán, pero señor Mas no tengo el nivel C ¿propone que me bajen el sueldo por no tenerlo?
Ósea, que ustedes, por nacer aquí, tienen todos los puntos y quienes venimos de fuera de Cataluña, los tenemos que ganar para llegar a tener pedigrí.
Para que la propuesta, al menos, parezca no discriminadora debería haberla completado con una lista de medidas para quienes desmerezcan su casta. Podría restar puntos el hecho de utilizar el catalán para insultar, y por supuesto por hablarlo mal. Aunque esto le supondría perder a su ajado bastión en Tarragona. Señor Nadal el català no té que…, ha de…
Señor jefe de la oposición, rectificar es de sabios, de un par de vueltas a su idea de la cartilla de racionamiento por no tener el nivel C de catalán. Esa buena educación de escuela privada francesa, de la que alardea su sonrisa repeinada, le ha aislado de la gente a quien la vida no nos ha tratado tan bien y le ha impregnado de un tufillo de posguerra.
Afortunadamente mi orgullo catalanista no se crió en una cuna de barrotes de oro que dibujan la senyera, nació y creció entre las gentes catalanas que pisan cada día las aceras, que acogen, que dan oportunidades y apoyo a quienes creemos y queremos a este país.
Tenga por seguro que mi voto será para quien cree en las personas, indiferentemente de su acento. Ojalá mi voto sume lo suficiente como para que usted mantenga exactamente el mismo escaño que ocupa ahora.
Rocío León Aller