Uno de los silenciosos maltratos a los que históricamente han estado expuestas las mujeres tiene que ver con el tipo de relación sexual, poco o nada paritaria, planteada a menudo por sus parejas.
Si hace medio siglo el chantaje era “déjame tocarte las tetas si de verdad me quieres” o, más adelante, “si me quisieras, no me obligarías a usar preservativo“, en la era de la imagen por excelencia, en la que la moda del porno doméstico deja huella en internet, el goce para algunos hombres implica que ellas accedan a dejarse grabar desnudas o durante el acto sexual. Y si se resisten un poco, la excitación de reducirlas siempre puede ser un aliciente. Es la cultura del porno, que irrumpe en la vida de las parejas y que contribuye, a menudo, a convertir el coito en la estrella de la función y a someter a las mujeres como objetos de placer.
La joven de Las Palmas que perdió la visión de un ojo a consecuencia del golpe que le propinó su novio con la videocámara con la que pretendía grabarla desnuda se habría resistido demasiado. De hecho, según se desprende de la sentencia, no era la primera vez que se negaba rotundamente a dejarse grabar. Esa última discusión acabó en violencia física, puramente machista: él atizándola y echándola fuera de casa, y ella suplicando que al menos la dejara vestirse. El agresor deberá cumplir seis años y seis meses de cárcel e indemnizarla con 50.000 euros. ¿Todo ello por el goce de la exhibición?
“El exhibicionismo está presente en toda personalidad equilibrada. Es lo que, hablando de la sexualidad, forma parte de la seducción. Lo que aporta el vídeo ahí es esa sensación de realidad que forma parte del juego exhibicionista del ´huy, que nos van a ver´. Es algo que hace subir la adrenalina y aumenta las sensaciones. El problema es que, si no hay complicidad en la pareja, eso ya no es un juego sexual“, apunta la psicóloga y sexóloga Carme Freixa. “Es más bien la respuesta a cierta moda, porque, si nos fijamos en internet, la mitad del material de estas características que está colgado en la red es producido, es decir: no es espontáneo, sino pensado para el mercado del porno supuestamente doméstico“, añade.
El Observatorio de Internet da cuenta de este afán por las imágenes de sexo amateur. El año pasado advertía del uso de los móviles con cámara que se utilizan en las playas para robar semidesnudos y colgarlos en internet. Paralelamente, el observatorio detecta una práctica de sexo exhibicionista por parte de gente que desea ser observada durante el coito y que se cita en lugares públicos a través de la red.
“Estamos en una época en la que reina la imagen y en la que tiene cabida el goce de la exhibición, que empuja a hacer público lo que antes era privado: vídeos porno amateurs, consentidos o no, que de repente aparecen en YouTube, de forma consentida o no… Hay algo de esa confusión entre lo público y lo privado que está en el centro de la escena social y erótica“, apunta el psicoanalista Eugenio Díaz, de la Fundació Cassià Just. “Lo privado es visto por ese gran hermano que es la caja panóptica y, más que el sexo, es esa mirada pública lo que le da el sentido pornográfico. El goce del ojo del Gran Hermano nos convierte a todos en objetos, en objetos de esa mirada del gran otro que puede ser cualquiera“, añade. De este modo, apunta Díaz, la red eleva a la enésima potencia el placer de convertir al otro en un objeto que no sabe que es mirado.
Sea para el placer de la propia pareja, que goza revisando sus propios vídeos, o para el placer exhibicionista hacia terceros, grabarse en vídeo forma parte del posible juego sexual de pareja. Lo que, en cualquier caso, es un comportamiento ocasional, indica Freixa, como puede serlo intercambiar pareja o practicar el sexo en lugares públicos. “Son fantasías, que pueden ser muy divertidas como juegos y fantasías, pero que se nos están presentando como realidades cotidianas. Y en este país de tradición católica, donde todo despierta morbo y pronunciar las palabras pene y vagina eleva la adrenalina, se genera la sensación de que toca llevar a cabo ese tipo de prácticas, de manera que la liberación sexual acaba siendo una carrera contrareloj, una moda que no tiene nada que ver con pasarlo bien. Ahora resulta que si no te dejas grabar eres una reprimida -prosigue-, cuando lo que se hace en esas cintas es reproducir películas del porno cutre“.
La paridad, el verdadero viagra de las mujeres
La sexualidad es una cuestión fisiológica en la que la sociedad proyecta una serie de valores, y hay quien la usa para castigar a la pareja, en el sentido de… “si no haces eso, no hay sexo“, a lo que en los últimos tiempos hay que añadir el “si te vas con otro, te cuelgo desnuda en la red“.
“Cuanto menos paritaria sea la pareja, más disensión sexual existe -advierte la psicóloga y sexóloga Carme Freixa-. Si se da el caso de que el hombre manifiesta poco sus sentimientos, colabora poco en la vida cotidiana, etcétera, ellas pierden el deseo. El viagra de las mujeres -concluye- es la paridad, no hace falta buscarlo en los laboratorios“.
Aprender a pactar con la pareja
Carme Freixa se muestra partidaria de enseñar a las parejas a pactar, y a entender que no todo lo que se puede hacer en sexualidad ha de hacerse forzosamente. “¡Qué manía con tratar la sexualidad como cualquier cosa, como lanzarse en paracaídas! Puede que a tu pareja le guste tirarse y a ti no. La diferencia es que no se te considera más o menos liberada por no lanzarte en paracaídas. Hemos confundido la liberación sexual con los absurdos sexuales“, advierte Freixa.
Article publicat a La Vanguardia el 14 de maig de 2008