La presencia femenina se multiplica en el Congreso de EEUU, con Pelosi y Clinton como grandes figuras
ALFONSO S. Palomares
Periodista
Sé que el título de esta reflexión no es original, basta emprender un breve viaje por internet para darse cuenta de que decenas de titulares iguales o análogos se repiten en docenas de periódicos y revistas de medio mundo. La realidad es demasiado evidente y salta a la vista al ver el paisaje del Congreso norteamericano con 86 rostros de mujer, entre las que sobresalen dos: Nancy Pelosi, que obtuvo el 80% de los votos en San Francisco para ocupar un escaño en la Cámara, y Hillary Rodham Clinton, que obtuvo el 70% de los votos. Pelosi presidirá la Cámara y Hillary Clinton se perfila como la candidata por el Partido Demócrata a la presidencia de Estados Unidos en el 2008.
Después de estas elecciones, se acelera el ritmo del cambio hacia una nueva iconografía de lo femenino en los escenarios del poder que rompe con la cosmología a la que Hollywood nos tenía acostumbrados. En la simbología americana, resaltada en las películas de amores y lujos de los años 50, 60 y 70, la mujer era el trofeo más vistoso, brillante y apreciado que adornaba los éxitos del hombre. Era el toque perfumado y exquisito del mundo varonil. Las ricas y bellas eran el trampolín más seguro en las pasarelas del sueño americano, el sueño de los graduados en las grandes universidades o de los cachorros financieros de Wall Street. Hay centenares de películas con este tema de fondo, en donde la mujer es un adorno sonoro y bullicioso para el hombre.
Este salto que ahora han dado las mujeres no se produce desde la nada: Hillary ya estaba ahí y Nancy también. Ni siquiera es el salto definitivo en lo que llamamos la liberación de la mujer, aunque sea un paso cualitativo e importante en el proceso de la igualdad de géneros.
LA LUCHA fue larga y difícil. En primer lugar, y hace 90 años, para conseguir la posibilidad de votar por parte de las apasionadas sufragistas que, en demasiadas ocasiones, eran objeto de burlas y escarnio. Lograron el derecho a voto en 1916 y la afluencia femenina a las urnas fue más bien escasa. Ese año entró en la Cámara de Representantes por Montana Jeannette Rankin, una feminista definida como pasional y lúcida, pacifista perenne, ya que se opuso a todas las guerras, e infatigable luchadora contra el trabajo de los niños.
La llegada de una mujer al Senado tuvo que esperar 16 años, y la primera que entró, en 1932, fue Hattie Wyatt. A pesar de las ásperas luchas por conseguir el voto, la mayoría de las mujeres seguía considerando en la machista cultura americana que la política era cosa de hombres y por eso el porcentaje de las que acudían a votar era bastante más bajo que el de los hombres. Incluso un arquetipo tan atractivo para el sexo femenino como John Kennedy no logró que acudieran mayoritariamente a las urnas. A medida que el interés por los asuntos sanitarios, la igualdad de derechos, las pensiones y la solidaridad fueron cobrando protagonismo, también creció el interés de las mujeres por la participación electoral y la actividad política.
EN 1980 se logró el equilibrio de hombres y mujeres a la hora de acudir a las urnas, y en 1996 Bill Clinton conquistó su segundo mandato frente a Dole porque el 64% del voto femenino le fue favorable. Ahora, el voto de las mujeres es superior al de los hombres en unos ocho millones. Es decir, el voto femenino decide. Por eso las mujeres han sido clave en la derrota de los republicanos y en la arrolladora victoria de los demócratas. Al hablar de mujeres tengo que hacer un paréntesis y citar a la poderosa secretaria de Estado Condoleezza Rice.
No cabe duda de que en el retablo de Bush figura en primer plano, a la altura del defenestrado secretario Rumsfeld, y por eso ella también ha comenzado a ser un cadáver exquisito. Fue una de las grandes impulsoras de la guerra de Irak, y por lo tanto de la tragedia y del desastre. Es mujer y negra, pero no se le conoce una palabra ni un gesto en solidaridad con los negros ni en la lucha por la igualdad de las mujeres. En el espejo de la historia da la imagen de las desclasadas de la negritud y de la condición femenina.
LA VICTORIA de los demócratas anuncia un cambio de rumbo en la política exterior de Estados Unidos y en las políticas internas referentes a los asuntos sociales y de solidaridad. Hillary Clinton ha repetido en varias ocasiones que Estados Unidos no puede sentirse feliz con 40 millones de pobres y marginados. Sin embargo, la gran tragedia es la política exterior y en concreto la guerra de Irak y los crueles remolinos de odio que proyecta sobre el mundo. La estrategia en esa guerra la seguirá marcando Bush en los dos años que le quedan de presidencia. Bush metió al mundo en tan sangriento laberinto que nadie le ve salida. Irak seguirá cociéndose en su caos y por eso son muchos los que en América y en otras latitudes geográficas sienten un vergonzoso desprecio por Bush.
Hillary Clinton, que ya dejó su tarjeta, en calculadas declaraciones, para optar a la nominación por el Partido Demócrata, se verá obligada definir una solución al problema de Irak, y cómo restablecer una articulación de su país con todo el mundo árabe e islámico para neutralizar los incendios de odio que agitan la zona en contra de Estados Unidos. Una apuesta tan difícil como necesaria.