Finaliza un año y comenzará otro, y el llamado oficio más viejo del mundo no cesa. El paso de los siglos ha introducido variedades en el ejercicio de la prostitución, ha abierto debates sobre su legalización o abolición, ha despertado la conciencia de que se trata de una extorsión. Y en medio de todo esto están las mujeres, las protagonistas de todo lance, las que en escasas ocasiones tienen voz. A veces sí, como en unos reportajes de La Vanguardia en los que una prostituta de 50 años desgrana su vida en pocas palabras.
Más que su historia, similar a la de otras mujeres que se dedican a esta labor, son significativas las expresiones que emplea. A los 17 años “me preñaron”, “tuve que empezar a trabajar en barras americanas”, “una vez que estaba muy apurada lo hice por 500 pesetas”. Y así, sin que haya surgido ni un atisbo de elección, se ha hecho mayor y dice que “esto es tan duro que al llegar a los 50 años tienes que buscarte una salida”. Lo auténticamente extraordinario reside, sin embargo, en su capacidad para seguir preocupándose por las necesidades de los hombres. “Hay algunos que no han estado nunca con una mujer, otros que están muy solos, y nosotras les servimos de consuelo y les hacemos de psicólogas”, declara. Un sentimiento maternal estremecedor, porque es justamente esta bondad adherida a los cromosomas femeninos la que ha hecho de la mujer el ser más vulnerable.
Santo Tomás, aun considerando que la prostitución iba contra la ley de Dios, no creía que la ley de los hombres debiera prohibirla, y esto por razón de un mayor bien común. El de los hombres, evidentemente, que no el de las mujeres, cuya presencia en este mundo parece justificada de pleno por su servicio al varón.
Con el paso del tiempo, en determinadas culturas la noción de bien común se ha extendido, en grados diversos, al resto de los miembros de la sociedad, a las mujeres. Lo cual no es óbice para que, en general, el espíritu de sacrificio las continúe definiendo.
En nuestra época, H. Deustch ha ido bastante más lejos al hablar de masoquismo. En su libro La psicología de las mujeres,publicado en francés en 1967, escribe que “los componentes masoquistas del espíritu materno se manifiestan en la aptitud de la madre para el sacrificio de sí misma sin exigir ninguna contrapartida y en su aceptación del sufrimiento para el bien de su hijo”. ¿Se ha redactado algo semejante respecto a los hombres?
Volviendo al principio, como en este ciclo de los días y los años, sobre el tapete social continúa el reiterado debate acerca de prostitutas, proxenetas y clientes. Entre nosotros, las opiniones oscilan entre la regulación, la prohibición o la ambigua tolerancia actual. Una indecisión que mantiene a las mujeres en la calle o en clubs de alterne sin reglas, que no acaba con las mafias, que mantiene a los clientes en lugar privilegiado y que no ofrece empleos alternativos a las prostitutas. Neta desidia cuando ya se conoce un modelo – el vigente en Suecia, Finlandia y Lituania- que está dando buenos resultados. Además de la sanción al cliente, se cuenta con inversiones públicas para ayudar a las prostitutas que quieran dejar de serlo. ¿Por qué no se implanta aquí este sistema? Alguien debería contestar.
Mientras tanto, las mafias tienen muy claro dónde existen facilidades para su negocio, el tráfico de jóvenes engañadas persiste y las prostitutas que buscan una salida no la encuentran. Eso sí, siempre les queda el consuelo de ser útiles a sus clientes.